Durante los 40 abriles que estuvo visitando Cuba, el documentalista estadounidense Jon Alpert encontró un país imbuido de fervor revolucionario, empujado al conclusión por las sanciones estadounidenses y los cambios geopolíticos, pero unido por el coraje.
Los informes estadounidenses sobre la homicidio de Cuba son muy exagerados, descubre Alpert en Cuba y el camarógrafo. El espíritu del país construido por la revolución de Fidel Castro se capta mejor en una frase de uno de sus súbditos, un delincuente de poca monta que limpia su acto y se convierte en un exitoso hombre de negocios: “Solo hay que tener fe y valor para triunfar. «
El documental de 114 minutos se transmite en Netflix. Cuba y el camarógrafo es un ejemplo tanto de cine observacional como de periodismo integrado, en el que Alpert utiliza su comunicación a Castro para comprender mejor el investigación cubano.
Alpert viajó por primera vez a Cuba a principios de la lapso de 1970 para ver si sus políticas socialistas podían aplicarse a los movimientos laborales que había estado cubriendo en su ciudad procedente de Nueva York. Entre los personajes recurrentes del documental se encuentra un trío de hermanos granjeros liderados por Cristóbal, quien nunca deja de sonreír incluso cuando los tiempos se ponen difíciles.
Alpert primero vehemencia la atención de Castro al esconder su equipo de cámara en un cochecito de bebé (estaba acompañado por su esposa y su hija pequeña en algunas de sus visitas). El Cabecilla vehemencia a Alpert y le da la primera de una serie de entrevistas.
Alpert es igualmente el único estadounidense que acompañó a Castro y su pandilla en su primera turista a Estados Unidos. El revoloteo tiene un momento deliciosamente cándido en el que Castro declara que no necesita un chaleco antibalas ya que tiene un “chaleco decente”.
Castro sigue la corriente del interrogatorio directo al estilo estadounidense de Alpert, incluso cuando sus contactos parecen un poco sorprendidos. El comunicación de Alpert se sequía en abriles posteriores, tras el colapso de la Unión Soviética en 1989 y el principio de una etapa difícil para la caudal cubana. Las últimas partes del documental revelan la forma en que algunos cubanos luchan contra la escasez endémica de alimentos, mientras que otros optan por huir a Estados Unidos.
La pasión de Alpert por Cuba no lo ciega delante sus problemas. Aunque Alpert detesta despellejar a Castro e ignora algunas de las medidas autoritarias del líder, el cineasta comprende lo que muchos observadores occidentales a menudo pasan por stop de Cuba: los que se quedaron detrás creen que otro mundo, no estadounidense, es posible.
Tanto los críticos como las animadoras encuentran espacio en la novelística expansiva de Alpert. Encuentra frustración pero igualmente perseverancia: la visión a holgado plazo de la historia en actividad. Su simpatía palpable por el pueblo cubano se manifiesta mejor en sus repetidos encuentros con los hermanos campesinos que soportan, sean cuales sean las penurias, como la propia Cuba.
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